Ayer me levanté a las diez de la
mañana. Encendí la computadora y puse a hervir agua. La vieja rutina. A través
de la ventana vi como la maleza empieza a reptar por el alambrado y los jardines.
No escuché al de la mazamorra con su megáfono y su moto-trasto. Lo han
cambiado por un camioncito rojo con emblemas forestales que pregonaba “no salgan
de casa”, “la solución está en tus manos”, “evitemos el contagio”. La vecina en embarazo que suele salir a botar la basura entre diez y once de la mañana con sus dos perros tercos no la vi. Mariguaneros vi dos. Estornudos tres. Testigos de Jehová
cero. Regresé a preparar café.
La guitarra siempre está lista
para ser tocada y la cogí para chapotear el Harpa
del Guerrero a la vez que me quedé como cosa rara en uno de sus acordes
fusilando la melodía con una de Alan Silvestri en el compás 45, “Lírico”, marcando
con el pie la primera y cuarta corchea. La computadora siguió encendida sin
hacer nada dando la nota pedal Mi, que oportuna, producida tal vez por el
ventilador de la máquina. Al horizonte, a través de otra ventana vi la misma
maleza donde una vaca ayudaba con el trabajo de otro y en segundo plano tres
venezolanos sobre la carretera haciéndole deditos a un camión de alimentos. Lo
supuse porque una de las excepciones del gobierno en cuanto a movilidad son el
abastecimiento de víveres junto a las ambulancias y uno que otro moto-ratón
temerario. No pasé del compás 57. Tomé un sorbo de café.
Ahora vivo con mi señora madre y
mis dos hermanos con los que practico la estrategia de aislamiento desde antes
de la peste. Durante el almuerzo, alimento sagrado y privilegio de algunos por
estos días, me dije para mis adentros observando las habichuelas guisadas que ascendieron
su olor hasta empañarme los lentes, escuché a mi mamá alardear de su
compinchería con Dios. Ella siempre tiene la costumbre de compartir sus monólogos
espirituales, que parecieran dar la sensación de ser coloquios por cómo son correspondidas sus peticiones. Mi mamá es de las que por pura fe desvía un
asteroide. Y una de sus exhortaciones a la humanidad es “arrepiéntanse y préndanse
de Dios”. “La profecía se está cumpliendo. Hay mucha maldad”. “Y habrá grandes
terremotos, y en diferentes lugares hambres y pestilencias… Lucas…” empezó a
parafrasear aquel evangelio mirando su plato en el que tintineó su tenedor para
agrupar arroces y habichuelas. “La venida de Jesús está cerca” Concluyó. Hablamos
de todo. Política, música, familia pero el tema religioso es inevitable. Lo que
me sacó una mueca del tipo “ay juepucha, tanta lata, y se cumplió”. Y un
estornudo. Jesusito está hablando.
Si tuviera casa por cárcel y me
estuvieran monitoreando creerían que le puse el rastreador al perro. Del cuarto
paso al baño, del baño al cuarto. ¿Qué más puedo pedir? Hasta que la cosa no se
ponga más fea tengo internet y servicios públicos. Como se van acercando las fechas
para pagar compromisos, llamé a la línea de atención de mi operador móvil a las
cuatro de la tarde para averiguar sobre algún beneficio respecto al Combito
Diecinueve que ataca, taca, taca, y me responde la Clarisa esa, "Internet es un
lujo y por ahora no hay considerado ningún beneficio para evitar la
suspensión del servicio. Bla, bla...". Bueno ya veremos cómo van llegando las ayudas. El Estado me cuida. Colgué.
Me estoy precipitando a lo mejor.
Mientras consignaba en este texto
las actividades del día con la guitarra en mi regazo y con algo de cebo en las
coyunturas por el calor se me ocurrió un ritmito en doce octavos con unas
palabras en el siguiente orden y con estos acordes:
La histeria va tomando fuerza
Será por un rumor
Que anda por las redes y jetas
De la especulación…
Estaba divagando con esos acordes
y mientras releía esta bitácora iba balbuceando la letra con la mono-melodía. Luego
el ocio y el tiempo que ahora está en oferta me hizo escribir el fragmento en
la partitura. No pensé en la cifra indicadora ni tonalidad, ni nada de eso.
Simplemente toqué. Pareciera que está en La mayor o en Si menor. Juzguen
ustedes. No sé si termine en algo eso o si ustedes sugieren algo bienvenido
sea. Puede terminar en una canción hecha por todos como un cadáver exquisito. Si
están aburridos pueden jugar y pasar su pedazo.
Me levanté de la silla y fui al
baño. Mie algo. La octava taza de café. Estornudo… fallido. Me asomé en el
espejo por los bordes, como evitando verme, torcí los ojos, pelé los dientes,
coronita, coronita mariquita. La peste ba-bu-i-n-na la-ra-la. Me lavé las manos, siempre lo hago, en la pila me las hato, dedo por dedo, uña por uña, silbé la mono-melodía, percutí las corcheas del cigoto
de canción en el lavamanos cambiando de timbre con la puerta; me sequé las
manos, tiré de la cisterna, atenté contra un zancudo que dejé medio muerto
recordando un comercial; me volví a lavar, me eché alcohol anti-ultra-mega-híper-bacterial,
di un paso adelante, otro atrás y salté del baño como si dependiera de eso mi
vida. Miré hacia la sala y escuché a mi
mamá con teléfono en mano hablando de re-diferir una de sus tarjetas. Mañana
haré lo mismo me digo. Faltan quince días de hambre contra cuatro estómagos inteligentes.
Entré nuevamente al cuarto.
Repasé la habitación con la mirada. Computador, Mi, Mi, Mi, no se calla, guitarra, libros releídos y que no leeré. Uno
de mis hermanos convidó a Guanda, la cuatro patas que sufre de ansiedad por el
claustro. Pacha, la siete vidas se escabulló una y otra vez abusando de su
fuero felino. Cayó la noche y la omni-pantallita diría Orwell en estos tiempos,
me alumbró la cara con una cantidad de mensajes de grupos de chat y al abrir
uno de estos me fui al último participante que compartió una imagen en la cual
se leía “Cuando la comida falte recuerda que aún nos tenemos los unos a los
otros”. En marca de agua, al fondo, Anthony Hopkins.