Naked Lunch

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Chord Planting

Thursday, June 30, 2016

CALLE 17

Nuestra ciudad es un gran corredor. Un pabellón que económicamente se abastece de transeúntes por un fluido regulatorio sine qua non para el nacimiento de nuevos códigos, argotes, comportamientos, cosmovisiones, comercios, cultura, ocio.

En esta ciudad y como en cualquier otra del mundo, el día y la noche nos propone ciudades emergentes dentro de otras. Como un fractal, una iteración matemática. Un Tema con Variaciones. Hablaré de lo que ocurre en la noche y en una zona particular de la ciudad, un sector de la misma con una productividad gastronómica y de entretenimiento importante para la localidad. Granada. Entre una de sus manzanas, entre una de sus cuadras, en la calle 17 norte entre avenidas 8ª y 9ª norte para ser específico.

Soy un músico de la zona que hace parte de esa articulación con todo eso “otro” de aquella calle. Drogas, sexo, pudor y lágrimas. No obstante sin satanizar aquello pues el aporte que hace a La Calle genera una sinergia única reinventando ésta el concepto de noche, de currulao, de fandango. Ella sugiere un ritmo. Un tempo. Y todos danzamos a ese compás. Hay cifras violentas. Otras conmovedoras. Incluso paranormales. En 7/8 si se le antoja.

Empezaré con el participante más activo de La Calle. Manuel. O "Manolito", como ya le digo después de un tiempo de compartir la misma calle. Han pasado tres años desde que se asomó por primera vez. Sentado en las gradas de lo que en el día era un gimnasio pero que en la noche lucía más bien a diáspora zombi, Manolito empezó a interactuar. Yo soy músico del lugar hace cuatro años larguitos y he podido presenciar cómo arriban, emigran o encallan transeúntes incógnitos. Individuos que pueden ser cualquiera. Con miradas furtivas miraba entonces a Manuel, expectante al movimiento del sector.

Un día aleatorio como suele suceder, tropezaron nuestras humanidades. Su semblante, igual como luce ahora. En mi mente permanece igual. Un hombre muy elocuente, ocioso, orgulloso, elocuente. Buen semblante para habitante de calle. He tenido la oportunidad de compartir e interactuar con gente de la calle por circunstancias de la vida y Manolito es un callejero nato. Nacido en un sector marginal de la ciudad y como sus líneas lo han narrado, “Pude haber sido otra cosa pero he sido más bien curioso oís”. Por supuesto en nuestros primeros encuentros Manuel no era tan abierto. Su historia me la ha ido contando de a pedacitos debido al roce laboral que tenemos en La Calle donde él, Manuel, eligió ser activo y yo pasivo. Una vez se lo dije. Nos merecemos estar donde estamos. Su reacción al comentario no fue tan asentida y espero que me disculpe si lo ofendí. Solo sentí confianza al decirlo y no soy nadie para afirmar algo como eso. Pero tengo mi criterio acerca de los roles que desempeñamos en la sociedad. Ella va produciendo lo que necesita. No existiría toda una industria del reciclaje sin alguien que esté dispuesto a reciclar por poner un ejemplo. Manolito no es reciclador en lo absoluto. O no ha llegado a contarme esa parte. Aunque su carácter no le daría para ejercer tal actividad.

La Calle poco a poco fue incorporando a Manuel a su mecanismo jornalero. Claro que si él no hubiese querido La 17 simplemente lo va barriendo. Como ha pasado con otros. La vacante se da por rebote y Manolito aprovechó éste. Es un hombre de costumbres propias de una enfermedad la cual padece. Consume bazuco, crack, o “Maduro” como él le llama a aquella pasta de cocaína rebajada con marihuana, receta de su predilección. Manolito ya maduró. Tiene 47. Ya estuvo en la cárcel y con una fundación rehabilitándolo de malas mañas mas no de la que se suponía dejaría. La Enfermedad es así. No obstante, su voluntad aun tiene coraje para hacer dieta. Hay días que está sobrio como predicador de domingo pero es cuando el “enemigo” más ataca. “Pipe hoy no bajé a almorzar a la Olla porque cuando voy termino haciendo otras cosas parce y pues ya sabés que allá es donde está el comedor comunitario”.

La Calle ha dejado que Manuel entre al clan de la vigilancia cuidando los carros que se estacionan en ella en turnos intermitentes cuando hay rotación de público. Pero al ser un empleado, lo que factura en parqueos, un porcentaje va para el “dueño” de la cuadra y otro para sus bolsillos. Se ha dado cuenta, incluso le enorgullece poder con esa plata comprarse un desayuno o lo que se le antoje. “No tengo que pedirle misericordia a nadie. Si me da la puta gana voy y me trabo. Hoy no he comido pero es por decisión propia. Y no porque no tenga con qué”. Son algunos de sus comentarios cuando conversamos entre las salidas que hago en el bar donde toco.

Manolito una vez intentó prenderle fuego a una señora que vende dulces en silla de ruedas. “¡Ella se lo buscó! Pipe, vos no sabés cómo son vueltas parce”. Me dijo cuando le insinué un llamado a la cordura. Atrevido yo. Hay cosas, muchas cosas, que se escapan del entendimiento provocando malestar en otras personas al suponer entender una situación. No sabemos nada de lo que ocurre. Ni siquiera sabemos nada de la Guerra. Y así criticamos un proceso de paz apenas incipiente. No tenemos idea de estar en la selva. Creemos entender el conflicto pero no. ¿Por qué fui tan imprudente al esbozar una mueca con respecto al comportamiento de Manuel hacia la señora de la silla? Mientras musicalizo gente me pierdo de un ochenta por ciento de lo que ocurre en esta calle. Menuda selvita.

Manolito es todo un personaje. Un outsider que genera tejido social en todo el sentido de la palabra llegando al estado de okupa instalándose en una casa abandonada de quinientos millones de pesos con nomenclatura sobre esta 17. Como todo un emprendedor montó parqueadero de motos en el antejardín de aquella casa. Me cuenta que una vez llegaron unos funcionarios públicos a inspeccionar el lugar, y una abogada le dijo “¿Cómo vamos ahí? ¿Tiene cómo demostrarnos que usted es el habitante de la casa?” Manolito le dijo que no ha firmado nada con nadie pero él es el que la ha cuidado evitando que se metan más indigentes o ser desvalijada por ellos. Por lo tanto no ve por qué no hacer algo de platica extra con el parqueadero de motos. “¡Abogada malparida!” Dice.

A veces Manolito en su alienación, se trastorna al pensar que su disposición de reinserción ciudadana no es correspondida como él espera. Mientras por cada carro cobra cuatro mil pesos y en una noche buena en La Calle puede haber un flujo entre 20 y 30 vehículos para un recaudo promedio de cien mil pesos, Manolito se jacta diciendo que en un atraco que puede durar diez segundos se hacía la misma plata o hasta más. Sin compartir el botín con nadie. ¿Y el riesgo? Le pregunto. “No es tanto”, responde. “Un día malo-malo y pa`fuera”. Conversando, conversando, se rasca sus extremidades y puedo observarle cicatrices en sus brazos, rostro y abdomen. Una especie de caligrafía tallada por la madre calle a través de su historia. Cada anotación en su agenda de piel le recuerda una advertencia. Aprendizaje neto.

“Sin sentimentalismos ni dramatismos chimbos pero a veces quisiera dormirme y no despertar Pipe. Estoy mamado parce. De las personas, del sistema, de mí. Pero hay gente que vale la pena. Ustedes por ejemplo”. Refiriéndose a nosotros los de la banda. Hago una mueca. No es que me sienta un ejemplo de persona. Pero si le inspiramos algo positivo al hombre, que a su pesar, la vida le pareció debía estar en ese ángulo de la sociedad para hacer contrapeso, viene bien. Todos somos fans y tenemos uno a la vez.

Como la música, La Calle tiene su forma. A-B-A. Se expone el tema principal, una variación o interludio y al final reitera el tema. Cada noche suena. La misma dinámica pero interpretada distinto. La 17 tiene sus jerarquías establecidas sin embargo nadie sabe para quién trabaja reza el famoso adagio. Y aquí es donde entra Ramiro, un lugarteniente o calle-teniente con el cual me relaciono en mi jornada, quien tiene gente a su cargo para el cobro del parqueo. A él es que llega lo facturado de la noche y es quien redistribuye el dinero a sus empleados. Este tipo de profesiones es bastante peculiar. ¿Cómo llega una persona a ser la dueña de una cuadra o fracción de la calle? ¿Qué hace ganarse el respeto de los demás en algo tan informal?

Ramiro para ganarse su puesto como calle-teniente empezó haciendo mandados a los vecinos del lugar y siendo comedido en tareas varias a cambio de confianza y unos peniques. Lo de más valor para Ramiro era ganarse la confianza de los del sector. Propietarios de viviendas, empresarios, oficinistas etc., le encomendaban cada vez más responsabilidades haciendo su reputación favorable así mismo dándole cierta autoridad para dirigir personal buscado por él o referenciado por otros en pro de delegar funciones al servicio de la comunidad. Ramiro es un „culebrero‟ que llaman. Significa que hace de todo. Un todero. Cuando él ya iba teniendo gente en la que podía depositar la confianza de la gente que lo acogió en el principio pudo dedicarse a otras empresas. Como ser mensajero de droguerías y en festividades puntuales de la ciudad, algún negocio emprendía. La Feria de Cali por ejemplo la trabajaba con disciplina y en cualquier ratico pasaba por La Calle a supervisar.

Su oficina es un kiosco de golosinas que pertenece a una señora participante de este corredor de La Calle y desde ahí dirige toda la operación. Tiene una hija que canta música de despecho. Una vez me mostró una grabación de su celular. Le recomendé clases de canto. Es un hombre todo bonachón y diligente. Pero conoce la calle. Adjudicado tiene su título.

De las personas que tiene a cargo Ramiro hay uno en especial, un pelao que conocí haciendo su transición de niño a adolecente el cual empezó trabajando con su papá en el negocio de la informalidad vendiendo dulces, minutos y cuadrando vehículos en la cuadra vecina por donde transito yo sobre la misma calle 17, pues su papá es el calle-teniente designado por sus habitantes e itinerantes, el homólogo de Ramiro y de los tantos calle-tenientes que puede tener cada cuadra de Granada. En ese entonces el muchacho se portó mal y la misma cuadra lo barrió desplazándolo a la de al lado, adoptado por Ramiro. “¿Quién es más poderoso? ¿Goku o Vegeta? Respóndame Lucho. ¿Goku o Vegeta? ¿Lucho, me va a traer fresco? Bien Lucho”. Nunca le he dicho mi primer nombre, Luis, tal vez por eso no le veo problema que me llame así. Todo bien Monchito. De una. Ahora te saco limonadita me voy diciéndole las noches de fin de semana dando pasos con mi guitarra hacia el bar.

Monchito se hizo notar una vez que salí a fumar a la caseta de la señora donde Ramiro tiene su despacho, eso ya hace ratico, cuando de la nada y sin ningún motivo empezó a darle de cabezazos a un Pare como si fuera macho cabrío asustando a la gente que pasaba y haciendo que llegara la policía a detenerlo. Su histeria era tal que los oficiales se lo llevaron. Lo regresaron horas después. En ese tiempo andaba limpio. Ni siquiera lo veía fumar cigarrillo. Otro forastero para mí y yo para él. Ha ido mimetizándose con el asfalto permeándose de los gajes del oficio con proyectos de vida importantes en su carrera de habitante de calle. “Yo me cogí una repisa de por ahí que la habían dejado y ya me la lleve para mi cuarto” dice con orgullo. El cuarto de Moncho es justamente uno que escogió de la casona donde vive Manuel y ya son dos los okupas que la protegen. Cuando Monchito se enrumba, enrumba a Manolito y la pasan de lujo. La jornada laboral es más proactiva. Manolito podría ser el papá de Monchito. “Ese mariquita un día de estos…” Manolito alegando.

“Me gusta la marihuana pero la de punto porque la cripin me enchoncha. Me deja tirado. Y se me vuelan los carros. Lo más rico es ir a la panadería y comprarse un salchichón gigante para la gorobeta. Lucho, ¿Enseñame a tocar? Yo puedo hacer eso”. Una vez Ramiro lo castigó por descuidado no dejándolo camellar una noche. “Al chino hay que dirigirlo. Trabaja bien pero se le corre".

En el caserón domicilio de Manolito y Moncho se ha visto otro habitante. Eso dicen algunos videntes del sector. Uno sin rostro que se refleja en los vidrios que todavía tiene la vivienda. Yo todavía no veo nada y a veces paso el rato en la oscuridad de la propiedad remojando un pucho en café a coro con mis compañeros músicos. Lo que vemos son ratas y cucarachas. Debe ser el mismo espanto que asusta a los meseros del bar donde nos presentamos contiguo a la Casa Tomada. A los muchachos de la banda los han asustado también cuando suben al segundo piso que durante la jornada nocturna permanece solo. Tiene cuartos llenos de cachivaches, cristalería, equipos de restaurante e insumos. Se ha vuelto un aquelarre según cuentan sus empleados. Estas casas gigantes de Granada suelen ser asustadizas. Si en verdad hay un alma en pena, a lo mejor es la de algún propietario embargado por el banco inconforme por invasores al predio abandonado, otrora suyo.

La Calle una vez cobijó a Manolito con un romance si bien efímero, obsequió una leve brisa a su rutina callejera, ruda y hasta cruel por las mismas leyes de la física y de la biología. Compañía femenina bien venida que lo cuidó en patologías varias como la de su apéndice o vesícula biliar que últimamente le han vuelto a pasar factura por la inmunodeficiencia adquirida a través del tiempo como viandante. Manolito soltándome una de tantas me contó cómo le propinó dos puñaladas a su compañera por infiel. Su relato suena a ficción por los detalles. Le cae una lágrima. No logro interpretarla. “La conozco hace nueve años Pipe. Amo a esa mujer. He robado por darle un desayuno. ¿Y la perra me traiciona? Tome lo suyo…tin, tin”. La tragedia que tiene por romance Manolo lo deprime hasta el suicidio. Ella va y viene. Va y viene. Así como aparece desaparece. Durante el tiempo ausente Manuel no sabe si está muerta o qué. Por estos días regresó de una pequeña gira por la capital pasándosele por la cabeza a Manolo matarla. “Ayer tomamos alcohol con sandi, a ella le gusta, y ya chirriados me dijo: ¿No te da miedo dormirte Manuel? Sobándose la cicatrices del pecho parce. O la quemadura del aperitivo jeje”.

Manolito sabe que su amor se acuesta con otros hombres en sus fugas. “Hay que suplir necesidades. Hay hembras Pipe que... pero sabés qué sí me da vaina, las niñas parce. Cagada. Por una papeleta que vale trescientos pesos te lo dan. Chupe mami y no me bese. Solo mame. Uy parce bien drogo sí que es rico eso llave. Se consume para vivir y se vive para consumir. Sin sentimentalismos ni dramatismos chimbos”.

La historia de Manolito como hijo de sus padres no fue convencional. “¿Tenés un cigarrillo que me regalés?” Preparando la tertulia de la jornada. “Fui una caspa con los cuchos socio. Hasta bien merecido lo que me ha pasado en estos años”. Manuel catártico me cuenta que mientras su papá moría él andaba drogado por ahí y que cuando apareció por la cuadra por donde vivía tocó en la casa de sus papás para abastecerse llevándose algo para vender y calmar la carencia de droga. “Manuel, a su papá lo están enterrando” le grita un vecino.

También he estado en el juicio furioso de Manolito por otro de mis comentarios volátiles y no es para menos, en una oportunidad de esas que él detesta, pedir, me pidió el favor de regalarle algo de dinero y yo abriendo mi cartera le mostré dos billetes. Uno de mil pesos junto a otro de cinco mil. ¿Manolito, cuál te merecés de estos dos? Increpé. La intención era otra. Educativa quizá. Pero debo asumir que ciertos lugares, momentos y personas dependen de susceptibilidades propias de una situación particular y no supe medir eso por la misma razón de estar en una ciudad donde por cada esquina, hay alguien pidiendo plata a cambio de una pirueta y ese día ya había donado mucha. Fue un encuentro con mala suerte para ambos.

Me es difícil entrevistar a toda La Calle. Pero sí aprovecho una situación. Un momento de interacción. Entre los outsiders que me han impresionado con el que hice un intercambio rápido porque justo en ese instante subíamos a tarima, ha sido bendecido por los dioses, expulsa fuego de sus entrañas. Mitad dragón mitad humano, va por las calles conflagrando la noche con su cría mientras su esposa capta lo que puede de dinero o algún rubro por el espectáculo. ¿Qué pensará una niña y un niño al ver que su padre va botando candela por la boca? ¿Cuál será el proceso cognitivo y sicológico? Tiene que ser una figura grabada en sus mentes con un simbolismo único la cual influirá en sus inconscientes adultos. ¡Tremenda experiencia!

Al hombre dragón se le enciende el pecho y emana hidrocarburos por sus poros. “¡Ardería en fuego por ellos! ¡Los amo! Ya tengo lo de la pieza y el desayuno. Lo que siga haciendo ya es ganancia. ¡Cada trago es una victoria para mí! ¡Para ellos! ¡Es por ellos!”. Me extiende una mano y me presenta a su esposa que está a unos metros mirando a la nada esperando a ser alcanzada por él. Veo su cuello lastimado. Habla con una voz ronca muy posiblemente por el exceso de átomos de carbono que ha ingerido en su sistema. O es una coloratura propia de su voz. En todo caso tanto hacer gárgaras con ese líquido inflamable de pronto ha rasgado sus cuerdas. Cavilo. El hombre es una refinería completa. Trastea recipientes cargados de combustible los cuales enarbola junto a lo que parece una antorcha escupiéndola con fuerza haciendo una gran llamarada, un fogaje. Le di una palmada en uno de sus brazos aceitados y subí a dar mi show también. Mientras dejaba sonar unos acordes en mi guitarra, vi por el ventanal desde la tarima al dragón, bebiendo su cáliz de fuego, el hisopo de Cristo, viviendo cada instante, haciendo su propio peso, haciendo tejido social absoluto.

Don "Helio", un viejito que tiene un timbre de voz como si tuviera un tanque de este gas en lugar de pulmones, la señora de la silla casi incendiada por Manolito por asuntos de calle, "Tito", un niño que acaba de arribar buscando acuñarse en La Calle, que toma clases de guitarra y bongos en nuestros intermedios musicales, el "Mejicano", el "Poeta", el "Diabético" y una prostituta que desapareció sin dejar rastro la cual aportaba mucho al movedizo corredor, Son de los outsiders que como yo y cualquiera que se deje caer por la calle 17 urbanizan y decoran cada uno de sus rincones incógnitos, antropomorfos, ninguneados en donde al salir el sol ni siquiera a los espantos agradables son.